jueves, 9 de enero de 2014

¡Penalti! De la televisión al terreno de juego


(Viene de la entrada anterior).
Le miré con incredulidad y le seguí por la cancha hasta una de las áreas. Se separó unos metros, llamó mi atención con la cabeza y comenzó a escenificar los supuestos movimientos de un futbolista que corre hacia la meta con el balón en los pies:

— Mira, el egipcio va por aquí a toda mecha... pacá, pallá... —zigzagueó—. Aquí se encuentra con Koeman. Pero, oye, este tío es rapidísimo... Koeman le cierra tal que así —soriano hizo un requiebro y se dobló sobre la cintura—, pero éste, nada, se va por el otro lado, así... llega hasta aquí —se paró al borde del área—. Veo que Koeman intenta detenerle como sea, trata de sujetarle, de amarrarle por la camiseta, pero no lo consigue... Yo miro un momento, por si acaso, al linier; pero no ha levantado el banderín. De repente, veo que el egipcio cae porque Koeman le ha enganchado y le ha derribado. Están dentro del área. ¡Está claro! ¡Penalti, penalti!

Soriano señala con el índice el punto fatídico en un gesto calcado al que días antes había mostrado la televisión al mundo entero. ¡Penalti! El árbitro me observa mientras permanece clavado como una estatua, con la mano derecha apuntando hacia el punto de cal más temido.

— ¿Lo has entendido? —preguntó muy serio al cabo de un par de segundos.

Me encogí de hombros y arrugué la frente.

— Está claro: ¡penalti!
(Sigue).