jueves, 9 de enero de 2014

El escándalo del Egipto-Holanda, suma y sigue


(Viene de la entrada anterior).
Había pasado julio como un relámpago y agosto no quiso ser menos. El verano huía como alma que lleva el diablo. Y así, sin avisar, aquel Madrid estival, inédito para mí, se agitó con el retorno anunciado de cientos de personas y con el comienzo del Campeonato Nacional de Liga. Caí, entonces, en la cuenta de que el estío de Madrid era a la vez el todo y el antitodo. Tenía corrientes, remansos, fuentes y cascadas sobre las que iban a estrellarse los relámpagos al atardecer; mucho sol e inmensos decorados de sombra, tranquilidad de día e infinita juerga nocherniega. El verano capitalino era luna, roca, paisaje, intimidad, éxtasis, fuego, exhibición, quejidos leves, volcanes que estallaban, flechas, flechazos, turistas de escarlata y desidia, gentes de tatuaje y radio portátil, duendes de gelatina que acudían puntuales a librar su batalla diaria junto a la diosa noche. Pero esas gentes, como el fútbol, no existían el resto del año; sólo en agosto, porque, luego, Madrid renacía de sí mismo mientras medraba el otoño.

En fin. La mañana estaba resultando aburrida. Tocaba quedarse en la redacción. Miré con desgana hacia la cara que acababa de aparecer en la puerta. De entrada, no me sugirió nada. Era la faz de un hombre en mangas de camisa, rubio, de pelo ensortijado, peinado con raya a la izquierda; nariz fina, constitución atlética, espigado... Volví de inmediato la cabeza como empujado por un resorte. ¡Emilio Soriano Aladrén! En cuanto me vio, hizo un gesto con la mano en alto a modo de saludo y se dirigió raudo hacia la mesa. ¿Qué le traía por allí aquel día?

No había vuelto a hablar con Soriano desde julio. Un día, a comienzos de mes, Reyero me mandó a las instalaciones del Instituto Nacional de Educación Física (INEF) para entrevistarle. Transcurrido el periodo de “boca cerrada” que imponía la FIFA, el árbitro estaba dispuesto a hacer balance de su actuación en el mundial de Italia. El “escándalo” del Egipto-Holanda estaba aún tan fresco en mi mente y me asusté un poco cuando me mandaron a entrevistarlo. Pero, luego, me espabilé y pensé que sería todo un privilegio hablar con el colegiado.

Nos presentamos por la tarde —el cámara, su ayudante y yo— en las instalaciones del INEF. Soriano correteaba en solitario por el lateral del campo de fútbol. No había nadie más por allí. Tenía una forma de marchar muy definida. A sus 44 años, lo hacía con estilo, con mucho estilo. Estaba claro que cuidaba la técnica. Nada que ver con sus colegas Pes PérezUrízar AzpitarteTomeo Palanques o Ramos Marcos (a quien José María García había bautizado como “el del trote cochinero”), que eran, en aquellos momentos, los pesos pesados del arbitraje español.

Me fijé en sus zapatillas de color oscuro, que zigzagueaban en paralelo a la desvaída línea de cal de la banda. Aquellos pies corrían por los campos de fútbol desde 1963, año en el que había debutado como juez en un encuentro modesto, en su Zaragoza natal. Lo había hecho con sus viejas zapatillas de baloncesto, porque entonces no tenía otras. Todo por siete pesetas y media, que fue lo que cobró en aquel primer trabajo. Por arbitrar el Egipto-Holanda le habían pagado al menos setenta mil veces más.

A medida que nos acercábamos, la imagen de Soriano se hacía inconfundible. Era la misma que había visto decenas de veces en la televisión, sólo que mucho más grande. Al natural resultaba un tipo ciertamente atlético. Se notaba que seguía practicando rugby y que antes había hecho atletismo. Por lo visto, sabía compaginar bien su labor como representante comercial de una empresa madrileña con el deporte y el arbitraje. Y aún le quedaba tiempo para otras cosas. ¿En cuántas reuniones clandestinas, celebradas a espaldas del poder fáctico, en iglesias del extrarradio de la capital, habría participado Soriano, con otros colegas, para tratar de poner freno a las desdichas del arbitraje? Seguro que en más de una. Con todo, aquel hombre nunca se había querido definir políticamente, porque su único “ismo”, decía, era el arbitraje. Tal vez su prudencia le pudiese salvar ahora de las represalias de la FIFA. Joao Havelange, presidente del todopoderoso organismo futbolero, le había sometido a un severo marcaje visual durante el Holanda-Egipto. Tras el partido y a pesar de los pesares, Havelange había comentado en “petit comité” que tenía previsto volver a contar con Soriano en el futuro para trabajos de mayor calado aún que el encomendado en el mundial.
(Sigue).